Podemos pensar que se trata de emociones similares, ya que ambas surgen de la empatía, de la capacidad de ponernos en la piel del otro y entender su dolor. Sin embargo, los ojos con los que miramos a quien sufre no son los mismos desde la pena y la compasión; así como tampoco son iguales las acciones que emprendemos a raíz de ese sentimiento.
¿Quieres descubrir más en profundidad estas diferencias? Te las mostramos a continuación.
El origen de la pena y la compasión
Para comprender la diferencia entre sentir pena y sentir compasión, podemos partir de la definición de ambas emociones:
- La pena es un sentimiento de tristeza producido por el padecimiento de alguien. Es un sinónimo de lástima, una palabra proveniente del latín que viene a significar algo similar a ‘observar a quien padece’.
- La compasión, por su lado, es también un sentimiento de tristeza, pero que nos lleva a identificarnos con los males del otro y a tratar de remediarlos, evitarlos o aliviar su sufrimiento.
De estas dos definiciones podemos extraer importantes conclusiones. Por un lado, la pena nos sitúa en una posición de meros observadores, distanciados del sufrimiento ajeno y pasivos ante el mismo. Es una emoción de corta duración y desde la que nos percibimos a nosotros mismos como superiores en algún punto al afectado.
Así, sentimos pena por quien tiene una mala situación económica, familiar, física o emocional; pero sabiendo que esas no son nuestras condiciones y que no estamos instados a intervenir.
Por el contrario, la compasión nos conecta, nos permite identificarnos con el otro y recordar la humanidad compartida entre ambos. No contemplamos desde lejos, sino que nos involucramos, sabiendo que nadie es superior y que todos podríamos experimentar una situación similar. Es, además, un sentimiento duradero que nos lleva a actuar.
La pena nos estanca, la compasión nos moviliza
La principal diferencia entre sentir pena y sentir compasión es que en el primer caso consideramos que la situación del otro es inamovible, mientras que en el segundo tenemos la convicción de que podemos contribuir a modificarla. Esto tiene una importancia mucho mayor de lo que pensamos, ya que al sentir pena estamos colocando al otro en una posición de víctima indefensa y condenándole a seguir sufriendo; mientras, al sentir compasión, ayudamos a empoderarlo para que logre cambiar sus circunstancias.
Esto tiene repercusiones en cuanto a conductas prosociales y acciones solidarias. Y es que quienes sienten compasión son más propensos a involucrarse en movimientos sociales, ayudar a los desfavorecidos y contribuir a causas comunitarias. Pero, además, tiene un importante efecto en el modo en que nos relacionamos con los demás.
Cuando un padre o una madre sienten lástima por su hijo (por el motivo que sea) refuerzan en él la idea de que es incapaz, de que se encuentra en desventaja y desvalido. Por el contrario, al sentir compasión, comprenden sus dificultades, pero lo animan a superarse.
Del mismo modo, si unos compañeros de escuela sienten pena por un compañero, se limitarán a mirarlo con tristeza. No obstante, si sienten compasión se involucrarán activamente para integrar y ayudar a ese estudiante y para mejorar sus condiciones diarias.
La diferencia entre sentir pena y sentir compasión por uno mismo
A pesar de todo lo anterior, el efecto más perjudicial de sentir pena se produce cuando esa emoción se dirige hacia uno mismo. Es negativo que los demás nos observen con lástima, pero si nosotros mismos nos vemos como víctimas el sufrimiento será mucho mayor.
La persona que siente pena de sí misma se percibe como un fracaso, como un ser desafortunado y condenado. Así, es menos probable que busque los medios para cambiar su situación.
Por el contrario, quien siente compasión comprende y perdona sus propios errores, se trata con indulgencia y se hace responsable de su propia vida. Así, la compasión nos ayuda a reducir la autocrítica, la desvalorización y la rumiación y a regular nuestras emociones de forma efectiva.
Por lo mismo, antes de sentir lástima por ti mismo o por alguien de tu entorno, recuerda todo lo que esto implica; pues al hacerlo, le estarás (o te estarás) restando fuerza. Es la compasión la que nos une, la que nos mueve a ayudar y a hacerlo con la humildad de saber que nadie está libre de errar ni de sufrir.
Fuente:amenteesmaravillosa.com
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