El 11 de diciembre del 2001, se produjo el atentado a tiros contra el fogoso senador del PRD por Santiago Rodríguez, Darío Gómez Martínez, quien falleció tres días después en la Plaza de la Salud, o sea el 14 de diciembre.
El legislador fue baleado junto a su chofer y guardaespaldas Rubén Espinal durante una visita en la residencia de Martín Durán, en Vista Hermosa de Santo Domingo Este, cuando participaba en una fiesta familiar.
“ La familia de Darío seguimos esperando”. No contuvo más las emociones y tuvo que bajar la cabeza para poder aguantar las lágrimas. “Seguimos esperando porque son 20 años…”. Quien habla es Celeste Gómez, hermana.
Cuatro hombres, uno de ellos encapuchado, aprovecharon que el portón de la marquesina estaba entreabierto para ingresar hasta la casa y lograr el objetivo que supuestamente se habían planteado para esa noche: “atracar a cualquier persona”.
Martín Durán, dueño de la vivienda y quien festejaba su cumpleaños, atestiguó que uno de los criminales fue directamente hacia el senador para encañonarlo, pero el legislador sabanetero intentó desarmarlo provocando que los delincuentes le dispararan a quemarropa.
Los presentes intentaron proteger al congresista con una mecedora, mientras el chofer buscaba un arma para responder, pero el fuerte improvisado con la silla de madera no fue suficiente para evitar que recibiera los cuatro balazos que le provocaron tres días en extrema gravedad, concluyendo con su muerte la madrugada del viernes 14.
Casi una semana después, los agresores fueron encontrados y apresados. Se trató de Carlos Gerónimo Alfonseca (Carlos Collares), Ernesto Antonio Meléndez (El Chino), Pedro Urbano Piña (Kelvin), Ramón Antonio Rosario (El Gringo) y Domingo Daniel Minaya (El Mago).
Varios de los detenidos estaban “cumpliendo condena” por otros delitos y se desconocía cómo salieron del centro penitenciario para cometer uno más.
No fue hasta 2005, cuatro años después, que llegó la sentencia. Las versiones de los ejecutores fueron distintas a la lógica de los hechos y durante las investigaciones varios de los conocedores del crimen fallecieron, entre ellos el principal acusado, con una muerte en condiciones sospechosas.
A mediados de 2003, la familia Gómez Martínez recibió un preaviso de que iban a asesinar en la cárcel a Carlos Collares. A tempranas horas de la mañana estuvieron en la Procuraduría haciendo la denuncia, pero la rápida alerta fue en vano. Horas después, Carlos Collares recibió varias puñaladas que le provocaron la muerte, con la cual se llevó a la tumba el nombre de quién supuestamente los había contratado para el crimen.
Luego de la muerte de “Collares”, “El Mago” era el siguiente en la lista, pero hace unos años también falleció. Sobre él trascendió que se le había visto varias veces en el Palacio de la Policía Nacional.
“Fue un crimen planificado”, dice Celeste Gómez, quien agrega que depositaron muchas pruebas que lo evidencian. Tal es el caso de un arma que estaba en la Policía Nacional y de allí fue sacada de manera desconocida para el crimen. Así lo supieron luego de haber dado con el propietario de la pistola.
Días antes de morir, Darío Gómez confesó a un amigo que cambió de vehículo porque lo estaban persiguiendo. La familia se enteró luego de que sucediera el crimen y no entienden por qué nunca denunció lo sucedido.
Alrededor de dos semanas antes, cuenta Celeste, también había tenido un incidente en la autopista Duarte, donde uno de sus neumáticos había explotado, lo que les pareció extraño porque el vehículo era nuevo.
De igual forma, cuando fueron identificados los responsables, empleados del Congreso Nacional, así como también legisladores, afirmaron haber visto en reiteradas ocasiones a varios de los ejecutores rondando por los pasillos de la edificación e incluso, el entonces presidente del Senado, Andrés Bautista García, reveló que Gómez habría regalado una cantidad indeterminada de dinero a uno de los acusados la mañana de aquel 11 de diciembre.
La familia de Darío Gómez está a la espera de que la justicia y las autoridades señalen a “los verdaderos autores del hecho”, tienen pistas y sospechan de miembros que estuvieron alguna vez entre los altos rangos de la Policía Nacional, pero prefieren no acusar a nadie y esperar el momento en que todo salga a la luz.
Aunque esa búsqueda de justicia ha resultado peligrosa. Celeste Gómez recibió amenazas, llamadas y mensajes “para que dejara eso así”, entre otras acciones que buscaban detenerla y atemorizarla como atravesarle vehículos mientras conducía en la calle. Lo mismo con aquellos senadores que quisieron colaborar en el esclarecimiento del caso.
“¿Y si ese crimen no tuvo a nadie que lo organizara, crees que esos pequeños sicarios habrían tenido ese poder de envolver a tantas personas?”, pregunta quien ocupó la curul por Santiago Rodríguez en sustitución de su hermano luego de su muerte y fuera elegida por su pueblo para una segunda gestión en el Senado.
Su pensamiento y vehemencia al defender sus posturas hizo que muchos catalogaran al senador Gómez como “controversial” y “polémico”. Y quizá fue ese mismo carácter el que lo llevó a la muerte.
Apenas horas antes del atentado, el Senado había aprobado en segunda lectura un proyecto de ley que penalizaba el lavado de activos provenientes del narcotráfico y cuyo estudio estuvo a cargo de una comisión presidida por el también abogado.
“Sus ideas confrontaban sectores poderosos (…) tenía unas ideas muy definidas, defendiendo principios y valores que él entendía que eran para beneficio del pueblo y eso hizo que ganara muchos adversarios”, señala Celeste, quien considera que fueron esas ideas fervientes con las que el legislador defendía sus principios las que le costaron la vida.
Todavía no están claras las razones del asesinato, en el tiempo ha surgido la versión de que su muerte fue ordenada por el Cartel de Medellín, en represalia por proyecto de ley contra el narcotráfico que el senador sabanetero había presentado, pero esto no ha sido confirmado.
Justicia es lo que esperan y lo reiteran con vehemencia sus familiares. Pese que algunos de los autores materiales han fallecido y otros permanecen en prisión, “los autores intelectuales están ahí en su casa, están en la calle”, dice su familia.
Mientras algunos parientes piensan que no se ha hecho justicia con el asesinato de Darío, para su madre al menos “se hizo a medias”.
Doña Finita Martínez, de 91 años, todavía reitera que faltan los autores intelectuales del hecho que le ha provocado veinte años de dolor, de noches largas y de desvelo.
En medio de las investigaciones surgió una versión que sorprendió al país. Carlos Evertsz Fournier, quien se identificó como ex agente del J-2 y del Servicio de Inteligencia Militar, aseguró que Gómez fue asesinado por encargo y que a él le habían ofertado un millón de pesos para ello, pero rechazó la propuesta.
Después de sus declaraciones, Evertsz confesó a la familia Gómez Martínez que temía por su vida y, efectivamente, fue asesinado años después mientras esperaba transporte público en Santiago.
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