La dermatitis atópica es la enfermedad inflamatoria crónica de la piel más frecuente en la infancia.
Afecta a un gran número de niños y adolescentes, con una prevalencia entre el 15% y el 25%, en aumento por múltiples causas, como estilo de vida occidental, mayor edad materna, amamantamiento por período corto con ingesta precoz de fórmula, polución, tabaquismo materno, migración de áreas rurales a centros urbanos, cambios ambientales, exposición temprana a pólenes, ácaros u otros alérgenos, en individuos genéticamente predispuestos, con antecedentes familiares de alergias.
Se caracteriza por presentar piel seca e intenso prurito, cursar con períodos de exacerbaciones con brotes de eczema y remisiones.
La barrera cutánea está permeable y múltiples desencadenantes producen los brotes, como infecciones, alérgenos ambientales y alimentarios, irritantes y estrés.
Alrededor del 50 % de los casos se diagnostican en el primer año de vida, siendo a menudo, la primera manifestación de la enfermedad alérgica (marcha atópica), pudiendo también presentar otras como rinitis alérgica, asma y alergia alimentaria. Aproximadamente el 60% de los niños supera esta enfermedad en la adolescencia, aunque más del 50% puede tener algunas exacerbaciones en la adultez.
Un tercio de las dermatitis atópicas son moderadas y severas, impactando negativamente en la calidad de vida del paciente y de su familia por afectación del descanso y de las actividades diarias y sociales.
El objetivo principal del manejo del paciente con dermatitis atópica es la mejoría de la calidad de vida de él y de su familia, evitando, además, las complicaciones infecciosas. Esto se logra hidratando diariamente la piel y cuidándola con tratamiento específico para evitar los brotes, siendo indispensable el tratamiento interdisciplinario.
Comité Nacional de Alergia y Comité Nacional de Dermatología
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