Por varias décadas hemos vivido agrediendo inmisericordemente la tierra llenando sus mares de inmundicias; hemos estado extrayendo sus recursos fósiles y minerales de modo infinito y sin piedad, creyéndonos que tanto daño no acarrearía un enorme precio a pagar.
Subimos la temperatura media terrestre de forma vertiginosa a través del uso desmedido de recursos naturales no renovables pensando que eran eternos. No bastó la voz de alerta de ecologistas conscientes de la catástrofe que se nos venía encima; continuamos la fiesta como borrachos sumidos en una gran noche de juerga colectiva.
Amanecimos fiestando; hemos despertado de un falso idilio y cuando abrimos los ojos entonces nos negamos a creer la dura y cruenta realidad que se vive en varias partes del globo.
En la teología judeo-cristiana se pueden leer los libros de los profetas contenidos en el Viejo Testamento y los evangelios escritos por los apóstoles de Cristo en el Nuevo Testamento.
Juan el bautista cierra los textos bíblicos con la Carta Apocalíptica, la cual se inspira en las asombrosas predicciones proféticas antiguas y que misteriosamente coinciden con lo que ahora está sucediendo en varios continentes.
Ciencia y religión se dan la mano tratando de ofrecer una explicación al cambio climático, calentamiento global, las pandemias y las guerras que hoy por hoy mantienen en vilo a toda la humanidad.
¿Acaso es correcto en momentos de crisis permanecer sentado y silente contemplando la manera despiadada en que el Homo sapiens contribuye a la destrucción de su hábitat? Ni es ético ni moral permanecer neutral e inactivo cuando podemos ayudar a salvar la tierra junto a sus especies minerales, vegetales y animales.
Podemos convivir amistosamente con el entorno; no es verdad que una guerra de agresión ambiental sea la respuesta a los retos que la existencia humana nos expone. El cuidado del ecosistema geológico es responsabilidad de todos. Somos parte del universo, a cada uno de nosotros nos corresponde aportar una cuota de sacrificio en pro de la salud ambiental.
No son casuales las inundaciones, ni los terremotos, ni las descargas volcánicas, ni las altas o bajas temperaturas, tampoco lo es el derretimiento de los glaciares, ni las tormentas tropicales, ni las pandemias, mucho menos las hambrunas y los conflictos bélicos. La amenaza de un holocausto nuclear debe ser enfrentada con mucha sabiduría y con la firme convicción de que la conciencia humana mundial unificada impedirá que alguien cometa la locura de atentar contra la vida terrenal.
¡La paz y el amor universal terminarán por imponerse más temprano que tarde!
Fuente:https://hoy.com.do
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