Fue en el festival Paredes de Coura en Portugal en agosto de 2000. Como ellos mismos admitieron, no lograron ganarse a una multitud apática y fueron completamente eclipsados por la banda principal The Flaming Lips.
En Reino Unido, su álbum debut «Parachutes» había sido un éxito nominado al Mercury destinado a vender 5 millones de copias. En Portugal, nada.
Mientras la presentación avanzaba cojeando, Martin no hacía más que disculparse.
Su inseguridad se veía agravada por una oleada de críticas negativas que habían recibido en Reino Unido.
Para algunos, personificaban el malestar post-Britpop del rock británico: jóvenes agradables y melodiosos que todavía parecían los estudiantes que habían sido recientemente, y que no eran ni remotamente rock’n’roll.
Los comentarios eran punzantes.
«La gente a la que no le gustas habla de ti como si fueras el Tercer Reich», protestó Martin.
Incluso cuando se convirtieron en la banda más grande de Gran Bretaña y, luego, en una de las más grandes del mundo, los ataques siguieron llegando.
En 2005, The New York Times los llamó «la banda más insufrible de la década».
En un brutal artículo de 2008 llamado «Por qué odio a Coldplay», Andy Gill del diario inglés Independent comparó su música con «espinacas marchitas».
Tan convencidos estaban sus detractores de la profunda falta de mérito de Coldplay que el respaldo de personas tan creíbles como Jay-Z y Brian Eno no computaba.
Incluso Martín se sorprendió cuando él y Jay-Z terminaron convirtiéndose en amigos que aparecían en los discos del otro.
Le costó entender qué veía el elegante capo del rap que creció en un complejo de viviendas de Brooklyn devastado por el crimen en su banda indie-rock británica de clase media.
«Cuando Jay dijo por primera vez ‘Me gusta tu banda’, pensé: ‘¿De qué carajos estás hablando?'», me dijo en 2011.
«Luego caí en cuenta de que él no tenía prejuicios: ‘Me gustan tus canciones’; era tan simple como eso».
Hoy en día, sin embargo, con Coldplay convirtiéndose en los primeros artistas en encabezar cinco veces el icónico festival de Glastonbury, a los críticos no les queda más que deponer las armas.
Coldplay es de lejos el grupo más exitoso del siglo XXI.
Ha vendido más de 100 millones de álbumes, ha ganado más de 300 premios y ha acumulado 9.000 millones de canciones reproducidas.
En su actual gira Music of the Spheres, que ya es la tercera con mayor recaudación de todos los tiempos, han tocado hasta el momento ante más de 7,6 millones de personas desde Costa Rica hasta Singapur, incluidas seis noches en el estadio de Wembley, de Londres, y unas extraordinarias 10 noches en el estadio River Plate de Argentina.
Tan simple como eso
Ninguna otra banda de rock tiene tal alcance global, si es que eso es lo que son.
«Coldplay no es una banda de rock», insistió Bono en «La genialidad de Coldplay», el efusivo documental de la BBC.
«No deberían ser juzgados por las reglas del rock», aclaró, queriendo decir que su combustible no es la ira o la confrontación, sino la inclusión sincera.
Esa cualidad los ha convertido en la banda definitoria de esta era post-género y post-cool, dominando el centro del diagrama de Venn del pop.
Entre sus colaboradores y admiradores se encuentran Beyoncé , Bruce Springsteen, U2, Michael Stipe, Rihanna, Frank Ocean, Kanye West, Stormzy, Lizzo, Femi Kuti, Nick Cave , Dua Lipa y Janelle Monáe.
A todos ellos, les gustan las canciones. Es tan simple como eso.
Cuando hablé de nuevo con Martin a finales de 2000, se mostró cauteloso a la hora de hablar de sus orígenes pues se lo habían recriminado.
Nacido en Devon en 1977, hijo de un contador público y profesor de música, asistió al internado de Sherborne, donde tocó en un grupo al estilo de los Blues Brothers llamado The Rockin’ Honkies con su mejor amigo Phil Harvey, futuro manager de Coldplay y quinto miembro no oficial.
«Tocaba el piano y bailaba como un idiota», dijo. «Así que no ha cambiado mucho».
Los miembros de Coldplay se conocieron en la universidad en 1996 y acabaron tomando su nebuloso nombre de otra banda estudiantil que lo había descartado antes.
En 1999, con un EP a su nombre, tocaron en el escenario para nuevas bandas en Glastonbury.
Y luego vino «Yellow».
Por esa época, Martin bromeaba acerca de que algún día sería tan grande como Bon Jovi: una idea claramente ridícula.
La primera década de Coldplay estuvo marcada por la acción y la reacción.
Las críticas a la gentil ingenuidad de «Parachutes» los llevaron a hacer el más corpulento «A Rush of Blood to the Head» de 2002, su éxito mundial con 17 millones de ventas.
«X&Y», de 2005, fue grabado por una banda sometida a gran tensión debido a la relación de Martin con Gwyneth Paltrow y sonó como un grito de ayuda desde el interior de una estación espacial.
Para «Viva La Vida, Or Death and All His Friends», de 2008, restablecieron su química y aprendieron a correr más riesgos bajo la tutela de Brian Eno.
Martin escribió quizás su letra más aguda para la canción principal, el lamento de un dictador depuesto.
Incluso ese momento destacado se vio eclipsado por una demanda por plagio (ganó Coldplay), lo que hizo que Martin estuviera aún más decidido a demostrar sus habilidades como compositor.
Desde entonces, Coldplay ha logrado mantener su popularidad sin verse aprisionado por ella.
En un carril están los gigantes comerciales con inclinaciones cósmicas: «Mylo Xyloto» de 2011, «A Head Full of Dreams» de 2015 y «Music of the Spheres» de 2021.
En el otro, están los álbumes intersticiales que decidieron no llevar de gira: «Ghost Stories» de 2014, un triste epitafio para el matrimonio de Martin, y «Everyday Life», trepidante, trotamundos y sorprendentemente político de 2019.
Pero incluso sus álbumes pop toman desvíos intrigantes.
«Music of the Spheres» presenta «My Universe», un descarado crossover megapop con las estrellas del K-Pop BTS, y la exquisita «Coloratura», una pieza instrumental de 10 minutos.
Más allá de los éxitos, son mucho más interesantes de lo que se les atribuye.
Sin disculpas
En el documental de la BBC, Harvey dice que Coldplay son tres introvertidos liderados por un extrovertido.
Enérgico, emocionalmente transparente y con gran capacidad para animar a otros, Martin puede ser el principal compositor e imán publicitario, pero sin sus compañeros de banda, como amigos y músicos, estaría perdido.
La banda aprendió de U2, REM y Radiohead a democratizar la toma de decisiones y los créditos de composición.
Martin, que escribe melodías todo el tiempo, ha dicho que sólo una de cada 10 ideas de canciones le gusta a los demás, siendo Will Champion el más difícil de impresionar.
Harvey describe al baterista robusto y sensato como la orilla del río, siendo el río Martin.
Los gustos de Martín son sinceramente universalistas. Cuando le pregunté en 2011 qué canciones le hubiera gustado escribir, no sólo mencionó himnos de rock como Bittersweet Symphony y Where the Streets Have No Name, sino también estándares como Somewhere Over the Rainbow y What a Wonderful World.
No tiene reparos en amar lo obvio pues esas canciones comunican lo que siente la mayoría de la gente.
Al igual que U2, sin el vestigio del apego al punk, Coldplay tiene una cualidad abierta y salvadora.
Le atraen las canciones que «suenan como si estuvieran esperando a ser descubiertas» en lugar de canciones escritas.
Otra de las cualidades no rockeras de Martin es su afán por ayudar.
Combina una curiosidad voraz con una inusual falta de cinismo.
Al igual que Elton John, le gusta mantenerse al día con el pop, y echarle una mano a otros artistas.
«Hay una gran distancia entre lo que hace Chris y lo que yo hago», le dijo su improbable amigo Nick Cave a la revista Mojo en 2022.
«Pero hay otras cosas que siempre me han atraído hacia Chris y, sobre todo, es su extraordinaria generosidad de espíritu«.
La característica más subestimada de Martin, ausente en las canciones, es el sentido del humor que Cave describe como «algo espeluznante».
Se ha parodiado felizmente a sí mismo como un megalómano pasivo-agresivo en comedias televisivas como «Extras» y «Modern Family», por no hablar de las entrevistas.
A los que odian a Coldplay les encanta contar la historia de David Bowie rechazando una de las canciones de Martin («No es una de tus mejores»), pero eso sólo lo sabemos porque el propio Martin contó que eso ocurrió, como una anécdota autocrítica.
Es difícil burlarse de alguien que está tan dispuesto a burlarse de sí mismo.
Martin ve el mundo de la música no como una competencia sino como una comunidad, donde las personas deben cuidarse unas a otras.
Coldplay ha promulgado esa filosofía de manera más sorprendente en Glastonbury.
En 2005, cuando reemplazaron a Kylie Minogue como artista principal después de que le diagnosticaran cáncer de mama, tocaron «Can’t Get You Out of My Head» en su honor.
Cuando finalmente llegó al festival en 2019, Martin se unió a ella para interpretar esa misma canción y cerrar el círculo.
Cuando Stormzy salió convencido de que había arruinado su show como cabeza de cartel ese año, fue Martin, un «espíritu calmante», quien lo hizo sentir mejor.
En 2016, Coldplay hizo un cover de una canción de Viola Beach, una banda joven que había muerto en un accidente automovilístico mientras estaba de gira en Suecia, «para permitirles presentar una canción en Glastonbury».
Este año, a Martin le dio vergüenza que le pidieran encabezar una quinta vez, pero Coldplay es la banda perfecta de Glastonbury, con su amplia dedicación a la alegría comunitaria y su sincera convicción de que el público es más importante que la banda.
En su primera aparición en el Pyramid Stage, reemplazando a The Strokes en 2002, tuvieron que tocar seis canciones de un álbum que aún no había salido.
Martin, conmovido, dijo: «No sé si alguno de ustedes ha oído hablar de nosotros, pero nos llamamos Coldplay».
Tan pronto como improvisó una letra encantadora sobre Glastonbury, quedó claro que tenía una línea directa con el corazón del festival.
En 2016, repartieron pulseras LED operadas por radio que convertían a cada fan en un componente del espectáculo de luces: una literalización de alta tecnología de su filosofía inclusiva que desde entonces ha sido copiada por artistas como Taylor Swift.
También han sido pioneros en esfuerzos para hacer que las giras sean más sostenibles desde el punto de vista ambiental.
El mundo ha cambiado mucho desde el año 2000, cuando Coldplay fue despreciado por ser demasiado amable, demasiado directo emocionalmente y poco innovador.
Hoy, su profunda decencia y humanidad parecen mucho más valiosas.
Ya sea por su preocupación por sus fans, su ambientalismo pragmático, su apoyo a los artistas más jóvenes o las canciones mismas, siempre avanzando hacia la esperanza y la luz, se han convertido en una fuerza para el bien.
Puede que todavía haya quienes encuentren su éxito mundial desconcertante o enfurecedor, pero Coldplay ya no tiene necesidad de disculparse.
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